
El ser humano, ante las cosas o los acontecimientos se pregunta: ¿qué sentido tiene esto? ¿Por qué pasa esto? Ante esta situación del virus también nos preguntamos ¿por qué suceden estas cosas tan fuertes y que traen tanto dolor? Y, sobre todo ¿qué piensa Dios de todo esto? ¿Qué papel tiene Dios en todo esto? Porque nos preguntamos: Si Dios es bueno, ¿Por qué permite todo esto? Si Dios es todopoderoso ¿Por qué no lo remedia?
Dos afirmaciones:
La vida, los acontecimientos son, en sí mismos, muy complicados y difíciles de entender en toda su profundidad. Somos demasiado “ignorantes” para entenderlo todo.
No intentemos comprender la profundidad de los “misterios” de Dios. Nadie puede conocer totalmente sus proyectos. En esto no somos ignorantes. Somos “ciegos”.
Conclusiones:
Los acontecimientos, los sucesos de la vida no son culpa de Dios. Dios no es el señor sádico que disfruta mandando dolores y sufrimientos a los seres humanos. Ese Dios no existe.
Los seres humanos, la naturaleza, la vida no es perfecta. Nuestro organismo humano tiene fallos y, a veces, se quiebra, se rompe, se descontrola y vienen estas consecuencias.
Nosotros mismos, con nuestras actitudes, en vez de perfeccionar la naturaleza y las cosas, las estropeamos. A veces, nosotros mismos somos culpables y sufrimos las consecuencias.
Propuestas:
Y ¿cuál es o debe ser nuestra actitud de creyentes? ¿Cómo podemos vivir estas situaciones desde la fe? Este es el gran tema, esto es lo verdaderamente importante.
Creo en un Dios Padre a quien, a veces, no entiendo. Pero estoy firmemente cierto que me ama como yo nunca podré medir ni entender. Y sé que ese amor me acompaña, me sostiene. Creo que a ese Dios le duele nuestro dolor, que sufre con nosotros, nos conforta y consuela. Por eso, pase los que pase, nadie me separará del amor de mi Dios.
Creo en Jesucristo, el Hijo de Dios. El vino a compartir nuestros dolores y sufrimientos. El, con su pasión, muerte y resurrección dio sentido a nuestro dolor y a la muerte. Por eso sé que el dolor tiene sentido. Sé por qué sufro y sé con quién sufro. Sé que mi dolor, con el de Cristo, es valioso y fructífero. Sé que mi dolor, con el de Cristo es “redentor”.
Creo en el Espíritu Santo. El con su luz va iluminando al ser humano para conocer lo que pasa, para entenderlo, para ir explicándolo. El trabaja con nosotros para que vayamos superando las deficiencias y logrando una naturaleza y una vida mejor. El, con su fuerza, nos va sosteniendo en nuestras debilidades, corrigiendo nuestras equivocaciones, perdonando nuestros errores.
Creo en María, nuestra Madre. Ella nos entiende y acompaña. Ella es la Madre del Dolor, de la Angustia, de la Soledad, de los Desamparados. A ella llamamos y suplicamos. A ella rezamos ahora y en la hora de nuestra muerte.
Creo en la Iglesia. La que formamos todos nuestros hermanos en Cristo. En ella encuentro acogida, amor, fraternidad. Todos con, nuestra solidaridad, nos sostenemos en el dolor. Ella me ofrece medios para, en medio del dolor, encontrar sentido, ayuda y consuelo.
Creo en la Resurrección y la Vida Eterna. Nosotros, la naturaleza, no somos perfectos. Pero somos buenos. Caminamos en medio de imperfecciones, dolores, sufrimientos. Pero creo que, un día, por el triunfo de Cristo todo se superará. Ya no habrá llanto ni dolor, ni muerte. Reconciliados con nosotros mismo, con la naturaleza y con Dios, seremos eternamente felices en la casa del Padre.