“Oh Dios, tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida y habitaré en la casa del Señor por años sin término”. De manera especial me dirijo con cordial afecto a vosotras, queridas familias, que habéis perdido a vuestros seres queridos. Quiero enjugar vuestras lágrimas y aliviar vuestro dolor con las palabras de Jesús que nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí aunque haya muerto vivirá, y todo el que cree y vive en mi no morirá para siempre”. Os acompañamos con nuestra oración, compartimos vuestros sentimientos y estamos a vuestro lado. Deseo iluminar vuestro estado de ánimo con la luz de la Palabra de Dios, aunque apenas el dolor lo permita y cuando los sentimientos con las lágrimas dificultan vislumbrar la mañana de la resurrección y cierran el paso a la confianza y a la paz sosegada. Dios vela con su providencia pero no sabemos lo que tiene previsto en nuestras vidas. Con fe decimos “sé que mi redentor vive y al fin se erguirá como fiador sobre el polvo y detrás de mi piel yo me mantendré erguido y desde mi carne veré a Dios”.
“Estaremos siempre con el Señor” (Ts 4,17). No necesitamos otro consuelo, ni nos es precisa a los creyentes otra razón para vivir con esperanza y para morir con sosiego, que esta luminosa afirmación del Apóstol Pablo. Estar siempre con el Señor, y participar de su gloria. “Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera de su Evangelio nos abruma” (GS 22). “Precisamente en la contemplación de la muerte de Jesús, la fe se refuerza y recibe una luz resplandeciente, cuando se revela como fe en un amor indefectible por nosotros, que es capaz de llegar hasta la muerte por salvarnos. En este amor es posible creer” (Lumen fidei, 16).
Hoy este lugar se convierte en un barco espiritual impulsado por nuestra oración para acompañar a nuestros hermanos en esa travesía última al puerto donde nos espera Cristo Resucitado, vida definitiva para los que han muerto y consuelo para los que todavía vivimos. “El que cree en mí aunque haya muerto vivirá”. Antes de ayer vosotros queridos familiares de nuestros hermanos difuntos: D. Manuel Serén, D. Bernardino Padín y D. Teófilo Rodríguez, y de nuestro hermano desaparecido D. Guillermo Casais, habéis perdido unos seres queridos. Al tener noticia recé por ellos pero he rezado también por vosotros de manera especial, porque nosotros no estamos preparados para afrontar la muerte de las personas queridas. Cambados llora. Galicia se ha estremecido. Con esta tragedia todos hemos perdido a unas personas que formaban parte de nuestra convivencia, de nuestra cercanía, de nuestro afecto. En oración reanudamos con ellos un diálogo interrumpido bruscamente por la muerte y consolidamos los vínculos de una comunión que la muerte no ha podido romper. “Si hemos muerto con Cristo creemos que también viviremos con él” (Rom 6,8).
Queridas gentes del mar, admiro vuestro trabajo y valoro su dignidad. Soy consciente de que vuestro conocimiento del mar no os da la garantía de una seguridad, siempre expuesta a lo inexperado. La muerte llega siempre como un ladrón, decía Jesús, cuando tantos proyectos y esperanzas llenan el quehacer diario familiar y laboral. No es fácil comprender y aceptar esta realidad pero todo tiene sentido en nuestras vidas. No somos un grito en el vacío. “No perdáis la calma”. Dios está siempre con nosotros, en el dolor, en el sufrimiento y en la muerte. También Cristo grito en la cruz: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”. No serán pocas las veces que también vosotros gritéis interiormente ante este misterio, porque ante la muerte de un ser querido todo parece un mal sueño del que uno espera salir en cualquier amanecer. La muerte de las personas queridas lleva consigo parte de nuestras propias vidas. Por eso toda tristeza por la muerte del ser querido es sagrada.
En las situaciones límite y esta es una, en las que es más fuerte la tentación a desesperar, la fe en Jesucristo Resucitado nos reafirma en la convicción de que la última palabra la tiene Dios y es siempre una palabra de vida. “En la vida y en la muerte somos del Señor, pues para eso murió y resucitó Cristo: para ejercitar su poder sobre los que viven y sobre los que mueren”. Solo esta esperanza puede consolar adecuadamente la pérdida de los seres queridos y dar sentido a sus vidas y a sus muertes. Con vosotros invoco la misericordia de Dios. Gracias a todos por vuestra presencia, oración y solidaridad cristiana. Confiados en el perdón y en la justificación que nos ofrece, dejemos el destino de nuestros hermanos en sus divinas manos con dolor pero con paz, con lágrimas pero con esperanza. Hoy sentimos la necesidad de corazón de ofrecerles a ellos y también a D. José Ángel Sanjurjo la ayuda afectuosa de nuestra oración para que participen de la felicidad eterna con Dios Padre. A la Virgen del Carmen le pedimos que los haya acogido bajo su manto. El Dios de la paz y de la esperanza sea para todos nosotros fortaleza. Nada podrá arrancarnos del amor de Dios. Amén.
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