Querida familia de nuestro hermano sacerdote don Manuel. Queridos miembros del Excelentísimo cabildo metropolitano, queridos hermanos sacerdotes concelebrantes, queridas religiosas, queridos laicos, amigos y conocidos de nuestro hermano sacerdote don Manuel. Hermanos y hermanas en el Señor.
Esta tarde, al presidir la celebración de esta eucaristía, comparto con todos vosotros los sentimientos por la muerte de nuestro querido hermano sacerdote don Manuel. El pesar de la muerte se supera por la fuerza del amor a Cristo, que dijo que era la resurrección y la vida. En oración manifestamos nuestra esperanza en Dios, que no nos abandona más allá de la muerte, aceptando su voluntad y fiándonos de él. Hay que atravesar la noche oscura antes de alcanzar la aurora. El acontecimiento de la muerte tiene lugar en la vida, aunque no sabemos ni el día ni la hora. Trivializar la muerte es trivializar la vida, y quien sabe dar razón de la muerte y dar amor a los muertos, sabe dar razón de la vida y amar a los vivos.
También esta tarde nosotros decimos: creo en la Vida eterna. Esta vida perdurable conlleva nuestra unión con Dios en la compañía de los bienaventurados, ya que Dios mismo en persona es el premio de nuestras fatigas y deseos, es nuestro escudo, es nuestra paga abundante. Nuestra responsabilidad ante la gracia y la vocación cristiana está en la fina delicadeza interior para no poder nunca estorbo personal consciente a la acción amorosa de Dios en nosotros. El Señor ya llamó a nuestro hermano a participar en la otra Vida, donde veremos a Dios tal como es, estaremos siempre con él y le veremos cara a cara. El tiempo de la prueba para don Manuel dio paso a la eternidad de la recompensa. En esta perspectiva, consideramos que la muerte es siempre un sobresalto, pero no una caída en el vacío, pues la voluntad del que envió a Jesús es que no pierda nada de lo que se le dio sino que lo resucite en el último día.
La misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión. Antes bien, se renueva cada mañana. El Señor es bueno para los que en él esperan y lo buscan. Y don Manuel esperó y buscó al Señor. Guiados por la palabra de Dios, caminamos a la ciudad del cielo, donde descansaremos y amaremos. Cristo es el cimiento de esta ciudad. Por eso estamos seguros. En esta perspectiva hemos de mirar no sólo la vida sino también la muerte, acogiendo las palabras fiables de Cristo que nos dice: El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre.
Don Manuel, a quien hoy despedimos cristianamente, vivió con esta convicción. Damos gracias a Dios por su ministerio sacerdotal, en el que entregó generosamente su vida, sirviendo a la diócesis en las parroquias de san Benito y Santiago, en san Esteban de Oca y san Martiño de Dornelas, como organista en nuestra catedral, como profesor de música en el Seminario Menor, en los colegios Alca, Compañía de María y Juniors, como capellán de las religiosas de María Inmaculada, siempre en actitud de disponibilidad, alentando las esperanzas de las personas que le fueron encomendadas y dando razón de su fe a través de la caridad pastoral.
Puso sus talentos al servicio del Evangelio y de la Iglesia, sabiendo que la alegría de sentirse salvado sobrepasa siempre nuestras expectativas, porque como dice Pablo, ni el ojo vio, ni el oído oyó ni el hombre puede pensar. Nos queda el recuerdo de su condición de servidor cercano, comprensivo, fiel y prudente. Su sensibilidad musical le llevó a afinar los silencios de su alma para ser fiel a Dios, al hombre y a la Iglesia. Siempre nuestra fidelidad a Dios es el deseo de corresponder a su bondad y generosidad con nosotros. Por eso la muerte, queridos hermanos y hermanas, es el paso para ver el rostro de Dios cara a cara. Por eso, ante la muerte, los cristianos debemos mantener el mismo asombro que ante la vida. Ninguno se da la vida a sí mismo, y ninguno muere para sí mismo, sino que, si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor. Por eso son consoladoras las palabras de Jesús: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Vivimos la muerte de don Manuel con esta esperanza y con esta providencia de Dios: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Doy gracias a Dios con vosotros por nuestro hermano sacerdote Manuel, invocando la misericordia de Dios, rico en piedad, sobre su persona. Dejamos el destino de nuestro hermano sacerdote en las manos bondadosas de Dios Padre, que perdona nuestras culpas, cura nuestras enfermedades, rescata nuestra vida de la fosa y nos colma de gracia y de ternura.
Nuestro agradecimiento a don Manuel se hace oración sencilla. Gracias a vosotros, querida familia, que siempre tan cercanos habéis estado a él. Gracias a las personas que habéis colaborado con él. Gracias a todos por vuestra presencia, signo de vuestra amistad y aprecio a nuestro hermano sacerdote y manifestación de vuestra comunión en la fe y en la esperanza cristiana. Lo encomendamos a la misericordia de Dios para que las fragilidades propias de nuestro peregrinar en este mundo no le hayan impedido sentarse ya en la mesa del Reino. Confiados en el patrocinio del Apóstol Santiago y en la mediación materna de María, le decimos al Señor: dale tu descanso y a nosotros mantennos en la esperanza. Amén.