Queridos hermanos sacerdotes, diáconos y seminaristas:
Otros años, en el día de hoy estaríamos celebrando como presbiterio la festividad de San Juan de Ávila, patrono del clero español. También lo hacemos este año aunque no podamos reunirnos.
Felicitación y agradecimiento
Con todo agradecimiento os felicito fraternalmente, queridos sacerdotes, a quienes celebráis las bodas de platino, diamante, oro y plata. Son años de sacerdocio en que vamos experimentando que el Señor enriquece nuestra pobreza y fortalece nuestra fragilidad, recordando que es Él quien nos ha elegido (Jn 15,16). Por eso, le decimos: “Cantaré eternamente tus misericordias. Anunciaré tu fidelidad por todas las edades” (Ps 89,2). “Ha de movernos antes que nada el deseo de dar gracias a Dios y de alabarle, porque, en medio de todo, ‘su misericordia llega a sus fieles de generación en generación’ (Lc1, 50)”[1]. En nuestro peregrinar son muchas las vanidades que se nos filtran, pero la vanagloria más común entre nosotros, aunque parezca paradójico, es la del derrotismo. Cuántas veces soñamos con nuestros planes espectaculares, negando curiosamente nuestra historia de Iglesia que es gloriosa porque es historia de sacrificios, de esperanzas, de lucha cotidiana, como lo hemos comprobado en esta temporada. Nuestra fe se ha ido abriendo paso en medio de recursos humanos precarios, que en vez de desalentar nos han animado. Cantamos el Magnificat en pobreza y humildad porque hemos comprobado que la esperanza es más fuerte que las contrariedades. A la realidad de cada momento Dios responde con la gracia oportuna para asumirla y superarla con amor y realismo. “Por eso, en cualquier circunstancia en la que se halle, y por dura que esta sea, el sacerdote ha de fructificar en toda clase de obras buenas, guardando para ello siempre vivas en su interior las palabras del día de su Ordenación, aquellas con las que se le exhortaba a configurar su vida con el misterio de la cruz del Señor”.
El ejemplo de San Juan de Ávila
Este fue el itinerario que siguió San Juan de Ávila, “un sacerdote que, bajo muchos aspectos podemos llamar moderno, especialmente por la pluralidad de facetas que su vida ofrece a nuestra consideración y por tanto a nuestra imitación… Su recia personalidad, su amor entrañable a Jesucristo, su pasión por la Iglesia, su ardor y entrega apostólica son estímulos permanentes para que vivamos en fidelidad la vocación a la que Dios llama a cada uno”[2]. Fue un testigo del amor de Dios. En la cruz pastoral propia del que vive el evangelio, se sintió inmensamente amado y escuchado. Sabiendo que Dios con permanente amor nos escucha, nos mira y pone atento el oído a todas nuestras penalidades, decía que hemos de pisar por donde Cristo pisó, porque no se evangeliza con estrategias, métodos, acciones, sino que los que evangelizan son personas que adoptan un determinado estilo de vida que es la que verdaderamente evangeliza. “Decir pues que el Apóstol Pablo no vivía para sí, es decir que no buscaba sus intereses ni su gloria, sino los intereses, la gloria y la honra de Dios: que conforme a la voluntad de Dios era gobernada su vida” (Com. Gal 25).
Consideraba la evangelización como contagio del amor con Cristo, reflejando el amor de Dios para con todos y entregando la vida y el tiempo a los demás. Se interesó por la vida espiritual porque sabía que sin Dios no somos nada, siendo admirable su coherencia de vida. La pobreza y el acercamiento a los pobres con austero estilo de vida los veía como necesarios para una efectividad evangelizadora. No concibe la misión sino en fraternidad con otros sacerdotes y laicos, creando comunión en su entorno, dejándose formar por Dios a través de los acontecimientos de la vida, y buscando siempre la voluntad divina con una disponibilidad plena para cumplirla. Son rasgos de un estilo de vida que debe estar muy presente en vuestro proceso de formación para el sacerdocio, queridos seminaristas, y en la vida de sacerdotes y diáconos. La situación por la que estamos pasando nos ha ayudado a valorar también la misión sacerdotal, viendo que “todo ser humano necesita, además de recursos materiales y atención médica, espacios para poner nombre a sus sentimientos, luz y fuerza para seguir amando y confiando, para enfrentarse a la incertidumbre, a la enfermedad, a la muerte de seres queridos y al fin de la propia vida”[3].
“¡Que la esperanza os tenga alegres, manteneos firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración, compartid las necesidades de los santos!” (Rom 12,12). También en nombre del Sr. Obispo Auxiliar, os saluda con fraternal afecto y bendice en el Señor.
+ Julián Barrio Barrio
Arzobispo de Santiago de Compostela
[1]La fidelidad de Dios dura siempre. Mirada de fe al siglo XX, Madrid, 26 de noviembre de 1999.
[2]Mensaje Conferencia Episcopal Española en el Vº Centenario de su nacimiento
[3]Carta del Card. Stella a los sacerdotes españoles en la fiesta de San Juan de Ávila,9 de mayo de 2020.