Carta Pastoral en el Día de la Vida Consagrada. Febrero 2021

“Todos vosotros sois hermanos” (Mt 23,8)

Queridos Miembros de Vida Consagrada:

De manera especial en este Año Santo Compostelano y en este Día de la Vida Consagrada doy gracias a Dios con vosotros por vuestra vocación y carisma, animándoos en vuestro peregrinar, consciente de la necesidad que siento de vuestra presencia y pertenencia a esta Iglesia compostelana. Detrás de vosotros y vosotras, hay una larga y benéfica historia que la Vida Consagrada ha ido tejiendo con los hilos de la fe, la esperanza y la caridad, y que le estáis dando continuidad en este momento no fácil que nos está tocando vivir con motivo de la pandemia y de la crisis sanitaria y económica más allá de la crisis antropológica que está subyacente en nuestras formas de vida. Las virtudes teologales han de ser los hilos con los que hemos de formar la alfombra que hemos de pisar para llegar a las inquietudes y desvelos de los demás, sabiendo que “no se pierde ninguno de los trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de las preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia. Todo esto da vueltas por el mundo como una fuerza de vida”[1].

La Vida Consagrada, parábola de fraternidad

En esta convicción interpretamos que la Vida Consagrada es parábola de fraternidad en un mundo herido, como indica el lema para esta Jornada. Considero que en estas circunstancias de manera especial, queridos consagrados, estáis llamados a ser ese Arca de Noé, que acoja a tantas y tantas personas que pueden ahogarse en el diluvio del egoísmo y del sálvese quien pueda, del anonimato y de la indiferencia.

La vivencia de la fraternidad conlleva tomar conciencia de que somos hijos de Dios y hermanos los unos de los otros sin excluir a ninguno y sin límites geográficos recordando la palabras de Jesús: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos” (Mt 5,44-45). Agobiados por nuestra propia situación, tal vez, como Caín, consideramos que no tenemos por qué ser guardianes de nuestros hermanos. Pero Dios Padre nos sigue preguntando por el Abel, nuestro hermano, descartado por la sociedad y herido en su dignidad. La fraternidad es poner nombre y apellidos a tantas personas que en el día a día nos pasan desapercibidas. La Vida Consagrada ha de llevarles esa rama de olivo que es como una caricia de la Providencia divina y una señal de liberación. Esta parábola de la fraternidad encuentra eco en las palabras del Papa Francisco cuando nos dice: “Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. Entre todos: He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente… Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos”[2].

El pasado año os escribía que el soñar un mañana más divino y por consiguiente más humano, como es el mañana de la fraternidad, es un signo de un sano inconformismo con el presente y una inquietud por progresar hacia una utopía esperanzadora que nos lleva a proclamar: “Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de la misericordia y Dios de todo consuelo: él nos consuela en todas nuestra luchas, para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios. Porque si es cierto que los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, también por Cristo rebosa nuestro consuelo” (2Cor 1,3-5).

La Jornada de la Vida Consagrada en la Diócesis

La Iglesia que peregrina en Santiago de Compostela os acompaña, queridos miembros de Vida Consagrada, con la estima, el afecto y la oración dando gracias a Dios por este don inapreciable y pidiendo que el Señor os conceda la fuerza necesaria con su Espíritu para realizar la misión que se os ha encomendado, vendando como buenos samaritanos las heridas a tantos apaleados y medio muertos que encontramos en el camino (cf. Lc 10,30-37), y acompañándolos a la Iglesia, hospital de campaña, con los denarios del Espíritu que habéis recibido. Practicar la misericordia es vivir la fraternidad. ¡Ultreia e Esuseia! Como peregrinos miremos hacia arriba y caminemos hacia adelante. Al agradeceros todo lo que sois y estáis haciendo en nuestra iglesia diocesana, os saluda con todo afecto, recordando especialmente a los Miembros enfermos de vuestras comunidades, y bendice en el Señor,

+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.

 

[1] FRANCISCO, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 279.

[2] FRANCISCO, Fratelli tutti, 8.