El arzobispo de Pamplona recuerda a los misioneros que han sufrido martirio y habla de las dimensiones de la misión

  • En la mesa redonda hubo testimonios sobre experiencias en Honduras, Congo y Ecuador

Las XX Jornadas de Teología del ITC acogieron en la jornada del jueves una conferencia de monseñor Francisco Pérez, arzobispo de Pamplona y presidente de la Comisión Episcopal de Misiones, sobre “Los grandes retos de la misión en clave de futuro. La interpretación del papa Francisco”; una mesa redonda “Ante los problemas del mundo: una misión de liberación, defensa de la justicia y anuncio del Reino”; y por la mañana sendas intervenciones de Roberto Calvo, de la Facultad de Teología del Norte de España, hablando “De la Redemptoris missio al nuevo contexto globalizado: “la misión está aún en los comienzos”; y de Manuel Rodicio, misionero diocesano de Ourense, quien habló sobre “La misión ad gentes, hoy: por los caminos del anuncio explícito y del testimonio”.

En su intervención, el arzobispo de Pamplona tuvo en primer lugar un recuerdo para los misioneros mártires, víctimas de distintas violencias que, dijo, preocupan también a las autoridades españolas. Hizo un homenaje, además, a los más de once mil misioneros españoles que trabajan en distintos países. Monseñor Pérez explicó que él siempre quiso ser misionero y recordó que una enfermedad, cuando estaba a punto de marchar, se lo impidió, viendo en ello la Providencia de Dios que le llamaba a trabajar en España. Desde entonces entendió que “ser misionero es estar atado a la cruz de Cristo”.

En una conferencia llena de anécdotas, monseñor Francisco Pérez indicó que la misión tiene cuatro dimensiones: kerigmática, de comunión, dialógica y profética. De la primera, dijo que el kerigma es necesario, dado que existe mucha gente que no ha oído hablar de la Buena Nueva y muchos, aunque hayan sido bautizados, a causa de la descristianización, se encuentran desorientados y viven al margen de toda vida cristiana.

Sobre la dimensión de comunión en la misión, el responsable del área misional en la Conferencia Episcopal Española señaló que sin ella no hay misión, indicando que sin comunión la misión corre el riesgo de convertirse en una farsa. Una comunión, insistió, entendida al estilo de la que se vive en el seno de la Trinidad.

En relación a la dimensión dialógica de la misión, monseñor Francisco Pérez manifestó que ese diálogo ha de estar basado en cuatro pilares esenciales: la verdad, la justicia, el amor y la misericordia. Y recordó que la misión de la Iglesia estriba en “fomentar el Reino de nuestro Señor y en ponerse a su servicio”.

Al hablar de la dimensión profética de la misión, el arzobispo de Pamplona comentó que el auténtico profeta es aquel que escucha la palabra de Dios, sabe interpretar el momento concreto y proyectarse en el futuro. Añadió, además, que hay tres circunstancias en las que se dan las claves del profetismo actual: sentido de la transcendencia, relación personal reconociendo en el otro a un hermano y el perdón como la mejor medicina para el corazón.

Testimonios

En la mesa redonda Blanca Serres, del Consejo de Jóvenes de Obras Misionales Pontificias en Tarragona, habló de su experiencia misionera en Honduras y de cómo se anuncia la Palabra de Dios en un ambiente sociopolítico difícil, en el que existen problemas graves de narcotráfico, violencia o carencias educativas. A través de las historias reales de Miriam, Ramón y Bessy, la joven tarraconense explicó que la presencia de la Iglesia es como un faro de luz y esperanza para muchos, sobre todo gracias al perdón de las víctimas de violencia o a la tarea educativa de muchos profesores comprometidos en proyectos de colaboración.

Por su parte, el misionero comboniano Juan Antonio Fraile relató su experiencia en el Congo con los pigmeos y cómo las tareas y la dedicación de los misioneros habían conseguido que los miembros de esta etnia lograran, también a través de la educación, una integración con otros habitantes de tan extenso país africano.

En la mesa redonda intervino también Carmen Hernández, doctora en Ourense y colaboradora de su Misión Diocesana. Aludió a la importancia de sus raíces cristianas, en su familia, como una forma de implicarse en la misión de anunciar el Evangelio y de transmitir valores. Recordó su trabajo en Ecuador y cómo en la misión lo más importante es el valor de la persona. “Es lo que te engancha”, dijo, “porque las personas tienen nombre y apellidos”. Carmen Hernández alabó el trabajo que hacen también las oenegés, pero resaltó que el compromiso misional del cristiano tiene un plus y “la diferencia es que nosotros predicamos a Cristo”. “No podemos achicar lo cristiano en lo solidario: somos más que eso”, explicó.