La cuaresma es una oportunidad de gracia que se nos concede para ir avanzando en ese proceso de configuración con Cristo. Como nos dice el papa Francisco en su Mensaje y leemos en el Prefacio de la primera semana de cuaresma: “Dios concede a sus hijos anhelar con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que por la celebración de los Misterios que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios”. En este comienzo nos consideramos mendigos ante Dios, recordando aquella oración de Santo Tomás de Aquino: “Dios Todopoderoso y eterno, he aquí que vengo al sacramento de tu Hijo único, Nuestro Señor Jesucristo. Vengo como un enfermo al médico de la vida, como un impuro a la fuente de la misericordia, como un ciego a la luz de la claridad eterna, como un pobre y desposeído al Dueño del cielo y de la tierra. Imploro pues la abundancia de tu inmensa liberalidad a fin de que te dignes curar mi enfermedad, purificar mi suciedad, iluminar mi ceguera, enriquecer mi pobreza, vestir mi desnudez”. Es la plegaria de quien se siente pobre y que sabe que sólo puede hacer aquello que se le conceda.
La Cuaresma es una llamada: el Señor pronuncia nuestro nombre porque nos conoce, nos ama y está pendiente de nosotros. Lo más íntimo en nosotros no es nuestra debilidad sino Dios, como decía san Agustín. Con esta conciencia hemos de salir de nosotros mismos para no encerrarnos en nuestro bucle egocéntrico ni vivir una vida de mínimos, y para dejarnos preguntar por Dios. Así podremos ver nuestras debilidades como oportunidades para que se muestre su fortaleza. El profeta Joel pide acoger con confianza filial a Dios, “compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad” (Jl 2, 13). San Pablo nos recuerda que no podemos vivir en paz con el prójimo sino se vive en paz con Dios. ¡Dejaos reconciliar con Dios! ¡Vivamos en Dios y pongámosle en el corazón de un mundo desgarrado por contiendas e injusticias! ¡Dejémonos habitar por Dios y llevemos su bondad a todos! Necesitamos chequear nuestro corazón para evitar todo aquello que apaga la caridad en él como puede ser la avidez por el dinero, la pasividad conformista, y la mundanidad espiritual que “es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal” (EG 93).
La Iglesia en este tiempo de Cuaresma nos llama de manera especial a la oración, al ayuno y a la limosna. “Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la tentación a devorarlo todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón. Orar para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia. Dar limosna para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece”, nos dice el Papa. El proyecto de Dios sobre nosotros es amarle con todo nuestro corazón y con nuestra alma y al prójimo como a nosotros mismos, encontrando ahí la alegría de nuestra felicidad. Se nos pide dar una respuesta desde la fe y desde el Evangelio a los niños a los que se les impide vivir una infancia digna, a los jóvenes que no encuentran sentido a su vida, a los adultos que vagan en la indiferencia, a las familias que se resquebrajan, a los ancianos que gastan el atardecer de su vida ayunos de esperanza.
Rasguémonos los corazones para que podamos vernos como somos, y para que la indiferencia no nos deje paralizados para hacer el bien. Encaminémonos hacia la Pascua, acompañados por el apóstol Santiago y nuestra Madre la Virgen. Amén.