Homilía de mons. Barrio en la apertura de la Puerta Santa

“Vendrán de todos los pueblos, proclamando las alabanzas del Señor”. Con el sentir del profeta Ageo, también os digo: “Ánimo ¡gentes todas! ¡Adelante que estoy con vosotros, oráculo del Señor! Mi espíritu está en medio de vosotros. ¡No temáis!” (Ag 2,4-5). La verdad nos posibilita el ser servidores de la fe en este Año Santo, tiempo de gracia y bendición para los que sufren y han perdido la esperanza, y tiempo de sanación y de encuentro, en el que hemos de “aprender a cultivar una memoria penitencial, capaz de asumir el pasado para liberar el futuro de las propias insatisfacciones, confusiones o proyecciones” (FT 226), apoyándonos en la tradición apostólica que fundamenta nuestra fe.

Saludo con afecto al Sr. Delegado Regio, al Sr. Nuncio de Su Santidad, al Sr. Cardenal, a los Sres. Arzobispos y Obispos, a los Miembros del Cabildo, al Señor Alcalde, a las autoridades, a los sacerdotes, miembros de vida consagrada, seminaristas y laicos, a los   peregrinos y a cuantos, a través de la radio y de la televisión, participan en esta celebración tan significativa espiritualmente para esta Diócesis que agradece el don que la providencia de Dios le ha confiado.

Hace unos momentos he tenido el gozo de abrir la Puerta Santa, un gesto cargado de simbolismo. He llamado a la puerta de la misericordia, convencido de que al que llama se le abre (cf. Mt 7,8). Ya ha comenzado el Año Santo en unas circunstancias especiales que hemos de afrontar con la esperanza cristiana  que “es audaz y sabe mirar más allá de la comodidad personal de las pequeñas seguridades y compensaciones que acortan el horizonte para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más digna”. Así lo percibimos en esta solemnidad de Santa María, Madre de Dios, que dijo sí al proyecto divino, misterio profundo, en el que se nos revela que lo que a nosotros nos parece imposible para Dios no lo es. Y ¡cuántos son los proyectos que en nuestra vida nos parecen imposibles!

Como los pastores vamos al encuentro del Niño Dios, mostrado a los humildes y sencillos. En esta experiencia de fe acogemos este don del Año Santo para despertar en nosotros la capacidad de ver lo esencial en medio de lo prescindible y descubrir la grandeza del amor y de la misericordia de Dios que nos busca y acoge a cada uno, nos llama a convertirnos y a superar el miedo que no es propio de quien se siente amado. Recordamos las palabras de Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí porque él me ha ungido. Me ha enviado a proclamar el año de gracia del Señor” (cf. Lc 4, 18-19).

Cristo es la Puerta, simbolizada en ésta que se ha abierto, y nos invita a entrar por ella para ponernos un traje de salvación y envolvernos con un  manto de justicia (cf. Is 61, 10), y así conformar un mundo reconciliado en Él, cuidando nuestra interioridad para no erosionar la condición humana. Con el apóstol Santiago contemplamos el rostro misericordioso de Cristo que resucita a la hija de Jairo, el rostro transfigurado que nos revela la gloria del Padre, el rostro doliente en el huerto de los Olivos para devolver al hombre su condición nueva y el rostro del Resucitado quien en medio de la lucha entre el bien y el mal, la luz y la tinieblas, la vida y la muerte, fortalece nuestra esperanza.

La Casa del Señor Santiago abre sus puertas a todas las gentes, siendo “un hogar para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección” (FT 276) y para ser signo de la Iglesia, que afianza la cohesión de la sociedad y procura a la actividad cotidiana del hombre un sentido más profundo, al impregnarla de una significación más elevada (cf. GS 40). De esta manera la Iglesia contribuye a humanizar la familia humana y su historia, y llama a responder a la vocación a la santidad para no frustrar la gracia de Dios en nosotros, evitando el debilitamiento de los valores espirituales, y el deterioro de la moral y del sentido de responsabilidad. El Año Santo no es una huida espiritualista sino un compromiso para discernir cristianamente la realidad, en medio de la crisis antropológica, espiritual, cultural y sanitaria en la que se han visto radicalmente sacudidas las certezas fundamentales que conforman la vida de los seres humanos.  Hacer presente a Dios es un bien para la sociedad. “¡Santo Apóstol!, haz que desde aquí se fortalezca la esperanza que ayuda a superar la preocupación angustiosa por el presente, y el escepticismo que dificulta el ejercicio de la caridad. Es tiempo para rezar, amar, salir al encuentro de los demás con obras de misericordia, revitalizando la fraternidad que “permite reconocer, valorar y amar más allá de la cercanía física”, procurando que las personas pobres y las más vulnerables tengan siempre la preferencia.

Exhortación final

Pido ao Señor que se logren os froitos de evanxelización e paz espiritual que buscan os peregrinos, desde a súa pluralidade de vivencias existenciais e relixiosas. Estean en cada un de nós os sentimentos e o espírito de María para glorificar ao Señor. El “vos bendiga, e vos protexa, faga brillar sobre vós o seu rostro e vos conceda o seu favor; o Señor se fixe en vós e vos conceda a paz”. Moitas grazas ao Santo Pai pola súa mensaxe e polas súas benevolentes atencións a esta Igrexa compostelán. Agradezo a colaboración de todas as institucións e persoas en orde a unha fructuosa celebración do Ano Santo e a unha agarimosa acollida do peregrino. A cidade de Santiago e Galicia han de ser un fogar dos peregrinos. Acabamos de escoitar no Evanxeo que os pastores volveron glorificando e louvando a Deus por canto viran e oíran. Deus queira que vivamos esta mesma experiencia no Anno Santo. Que Santiago de Compostela sexa “unha cidade de innumerables referencias para innumerables pobos”. Así o espero da axuda do Señor Santiago, de San Xosé e da Virxe Peregrina. Baixo o seu amparo poñemos todas as persoas e todos os acontecementos deste Ano Santo. Amén.