Homilía de mons Barrio en la Eucaristía en la que varios seminaristas diocesanos recibieron los ministerios de lector y acólito

En estos últimos días de la Cuaresma se nos invita a discernir sobre cómo estamos viviendo nuestra fe. No obtenemos el título de creyente de una vez para siempre sino que hay que validarlo en el examen de cada día. La Pascua es un momento providencial para afianzar la adhesión al Señor, en el que creemos y al que seguimos, proclamando su resurrección.

La alianza de Dios con Abrahán fue decisiva para mantener viva la fe de Israel porque el Señor, justo y misericordioso, se acuerda de su alianza eternamente y aunque su pueblo pasara por cañadas oscuras, como fue el momento difícil del destierro en Babilonia, nada debía temer porque el Señor era su cayado. “Sólo en Dios descansa mi alma”. En la crisis de lo humano y en el misterioso letargo espiritual hemos de comunicar que la experiencia de la fe cristiana hace la vida más humana y más digna de ser vivida. La celebración de la Pascua motiva a superar el ensueño de una fe superficial, a recuperar la alegría de ser cristiano y a no conformarnos con un catolicismo meramente formal. No podemos ser cristianos a contrato temporal. Cualquier momento es misión.

Jesús nos dice: “Quien guarda mis palabras no sabrá lo que es morir”. Esta afirmación provoca la ira de los judíos que interpretan la historia de Dios con los hombres en claves de muerte y de tiempo, mientras que las de Cristo son claves de vida y de eternidad: “Antes de que naciera Abrahán existo yo”. La muerte queda superada por el Señor que se definió a si mismo como la Vida. Por eso dice que quien guarda mis palabras no sabrá lo que es morir para siempre, y quien cree en mí vivirá para siempre. “Al Señor se debe que vosotros estéis en Cristo Jesús, el cual se ha hecho para nosotros sabiduría de parte de Dios, justicia, santificación y redención” (1Cor 1,30). Es el permanente Misterio de Cristo, Sacerdote y Mediador de la Nueva Alianza. No debemos olvidar la clave de eternidad para entrar en el ordenador temporal de nuestra existencia.

Vosotros, candidatos al lectorado, Callistus, José Antonio, Fernando y Juan, asumís el compromiso de anunciar la Buena noticia de Cristo. “Mira que he puesto mis palabras en tu boca” (Jr 1,9). La Palabra de Dios es sustento y vigor de la Iglesia, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual. Hay que comprenderla y expresarla con sencillez y gratuidad. Es lugar privilegiado de encuentro con el Señor y fuente de verdad que  determina los contenidos de fe. Se trata de ver las cosas como Dios las ve, para vivir en comunión con Él. Tratad de ser maestros por la fe. Seguid formándoos en la escucha de la Palabra, corazón de toda actividad eclesial. “Escuchada y celebrada, sobre todo en la Eucaristía, alimenta y refuerza interiormente a los cristianos y los vuelve capaces de un auténtico testimonio evangélico en la vida cotidiana”. Creed y orad la palabra antes de proclamarla.

Vosotros, Carlos y Javier, candidatos al acolitado para servir al altar, tenéis que ser hombres de la Eucaristía, signo de la presencia real de Cristo, que la Iglesia ha ido descubriendo en toda su hondura a través de los siglos y a la que profesa una profunda devoción. No convirtáis la Eucaristía un mero acto ceremonial. Es el misterio de nuestra fe. ¡Habéis de ser hombres de lo sagrado y manifestarlo siempre con vuestra actitud contemplativa y adoradora! Nos cuesta aceptar el camino de la totalidad en la entrega, pues no acabamos de aprender que cuanto más sabemos de nuestra pequeñez, cuanto mayor es el reconocimiento de nuestra limitación, estamos más capacitados para recibir el poder de Dios.  En la pobreza podemos hacer cosas grandes. Jesús “se humilló a sí mismo, obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (Fil 2,7-8). Tratemos de conocerle profundamente, amarle sinceramente, seguirle vitalmente e imitarle realmente, como sentido de nuestra existencia.

Mi felicitación cordial a vosotros, a vuestra familia, a vuestros formadores y profesores, a quienes os han acompañado en el proceso de vuestra vocación. Acojamos la gracia salvadora de Dios en esta Semana Santa, encomendándonos al apóstol Santiago, al patriarca San José y a la Virgen María, Madre de la Iglesia. Amén.