Homilía de mons. Barrio en la Peregrinación de la CEE

Querido Sr. Cardenal Oferente, Presidente de la Conferencia Episcopal Española. Saludo también con fraternal afecto a los Sres. Cardenales, al Sr. Nuncio, a los Sres. Arzobispos, Obispos y Administradores diocesanos, a los Sacerdotes, a los miembros de Vida Consagrada y a los Laicos que colaboran en la Conferencia Episcopal, que como peregrinos habéis llegado esta mañana para participar en las gracias jubilares. ¡Mi profundo agradecimiento al Sr. Nuncio, representante del Papa Francisco, por habernos querido acompañar en esta peregrinación de la Conferencia Episcopal de la Iglesia que peregrina en España, con nuestro afecto filial al Sucesor de Pedro! ¡Mi gratitud a vosotros, queridos hermanos, por este signo de comunión fraterna que tanto motiva a  esta Iglesia compostelana!

¡Bienvenidos a la Casa del Apóstol Santiago! La Archidiócesis os acoge en la bondad de su hospitalidad como los discípulos de Emaús acogieron a Jesús después de haberles acompañado en el camino. No pueden ser ajenos a la caridad aquellos que caminan con quien es la Verdad. El Año Santo es “tiempo favorable para curar las heridas, para no cansarnos de buscar a cuantos esperan ver y tocar con la mano los signos de la cercanía de Dios, para ofrecer a todos, el camino del perdón y de la reconciliación” y para cultivar la memoria penitencial, reconociendo con humildad lo que hemos podido hacer mal y lo que tal vez podíamos haberlo hecho mejor. Es necesario asumir el pasado para liberar el futuro de las propias insatisfacciones, confusiones o proyecciones.

Los caminos de la Iglesia en España convergen hoy aquí donde la memoria y la intuición profética se vertebran con la tradición apostólica que fundamenta nuestra fe, reconociendo que la cultura es la misma vida cristiana tomando impulso en dirección a la santidad. Aquí se escuchan los ecos de nuestras Iglesias particulares a través de sus Pastores, sucesores de los Apóstoles, llamados a dar testimonio de la resurrección de Cristo con mucho valor (cf. Hech 4,33), sabiendo que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (cf Hech 5,29) porque la obediencia a Dios es siempre portadora de salvación. La responsabilidad por la verdad exige de la Iglesia un testimonio creíble del contenido de la fe. “Cuando se renuncia a la distinción entre lo que es verdadero y lo que es falso, entonces el espíritu enferma” (Guardini). El testimonio del Apóstol Santiago el Mayor nos anima en la misión evangelizadora, como lo hemos manifestado en el documento: “Fieles al envío misionero”.

Llegáis como peregrinos de la esperanza en una civilización occidental con el alma mermada, donde ya surgen no pocas voces de pensadores fuera del cristianismo, que afirman que necesitamos a Cristo. Ciertamente sólo Él da la esperanza para que la vida no se vea reducida a la insignificancia, dando testimonio del Evangelio de la gracia de Dios (Hch 20, 24), “tesoro que llevamos en frágiles vasos para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros” (2Cor 4,7). Como nos dice San Pablo, “nos aprietan por todos los lados pero no nos aplastan; estamos apurados pero no desesperados; en toda ocasión y por todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2Cor 4,8-10). Nuestra misión está fundada en el misterio de la cruz de Cristo. La palma del martirio nos acompaña siempre. También hoy el Señor nos pregunta: “¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?” (Mt 20.22). Beber su cáliz es participar de su misma suerte. El Señor pudo encomendarnos la misión sin sufrir daño alguno pero hubiéramos perdido hondura espiritual y Él no tendría ocasión de recordarnos: “Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad” (2Cor 12,9). “Sólo con la luz y el consuelo que provienen del Evangelio consigue el Obispo mantener viva la esperanza y alimentarla en quienes han sido confiados a sus cuidados de pastor Pastores Gregis, 66)”, viviendo “la propia vocación a la santidad en el contexto de las dificultades externas e internas, de debilidades propias y ajenas, de imprevistos cotidianos, de problemas personales e institucionales” (EiE 23). Solamente la fuerza espiritual de la verdad de Cristo puede vencer la debilidad mental y moral que padecemos y ayudarnos a recuperar la confianza para no ser triviales en el discernimiento. Con esta confianza no nos recluiremos para tratar de defendernos de la realidad que nos rodea, sabiendo que la Iglesia no debe alejarse del camino de Cristo ni por el temor ni por el halago. “Hay una grieta en cada cosa. Así es como entra la luz”. Si queremos entender la realidad y entrar en ella, es necesaria la conversión en un horizonte en el que la vida humana estructurada al margen de Dios, la deconstrucción antropocéntrica que padecemos, y la irreligiosidad como despersonalización radical del ser racional en su vinculación con Dios, son retos de la conciencia cristiana y de la misión misma de la Iglesia.

En este Año Jubilar Compostelano, sintiéndonos “peregrinos por gracia aquí abajo, ciudadanos por gracia allá arriba”, y caminando juntos damos gracias a Dios, sintiéndonos tatuados en las llagas del Resucitado. La grandeza de la vida sigue en  medio de los diversos aspectos de la crisis en que nos encontramos. Es en este contexto donde hemos de fomentar el espíritu creativo y celebrativo, pues la rutina deriva en crisis porque el inmovilismo es insostenible. Vivir en la historia no es someterse a la cultura dominante, es tener la capacidad de cuestionarla y de tomar posición con esperanza, ignorando los ecos catastrofistas.

“Los caminos por los que cada uno de nosotros y cada una de nuestras Iglesias particulares camina son muchos pero no hay distancias entre quienes están unidos por la única comunión, la comunión que cada día se nutre de la mesa del Pan eucarístico y de la Palabra de vida”. Es providencia para despertar en nosotros la capacidad de ver lo esencial en medio de lo urgente y transitorio.

Sr. Cardenal oferente, hago mías sus inquietudes y preocupaciones manifestadas en la ofrenda para presentarlas al Señor con el patrocinio del apóstol Santiago, nuestro Patrono. Pedimos que sea fortalecida la Iglesia, manteniéndose fiel a Cristo hasta el final de los tiempos y que la convivencia en España sea dialogante, fraterna y comprensiva, sabiendo que lo propio de cada uno ha de favorecer el bien común para los demás. Nos encomendamos a nuestra Madre Santa María. “Santo Apóstol Santiago, haz que desde aquí resuene la esperanza”. Amén.