Homilía de mons. Barrio en la Solemnidad del Corpus Christi

La celebración del Corpus Christi es bendición y compromiso. Bendecimos a Dios que ha hecho todo para nuestro bien. Nos comprometemos a vivir la Eucaristía, asumiendo el proyecto de vida de Jesús, acogiendo su amor, y reflejándolo en la vida cotidiana. El método de vida cristiana se fundamenta: en la eucaristía, en el compartir la propia existencia con los demás, en conocer a Cristo y lo que pensaba, y en la acción misionera. Hay que volver al hecho cristiano fundamental, conociendo la persona y la historia de Jesús, y dando testimonio de que el cristianismo es el modo fascinante de vivir la propia humanidad, siendo la Eucaristía el alimento para los agobiados y cansados, y  el consuelo para los tristes. Vivir de la Eucaristía nos compromete a hacer un mundo más humano y habitable donde se valore la dignidad de la persona, y se colabore en el bien común.

En esta solemnidad nos reconocemos el pueblo de la nueva Alianza, que ofrece como Melquisedec a Abraham el pan y el vino, para que sean pan de vida y bebida de salvación. Como  aquella multitud que seguía a Jesús, con frecuencia  también experimentamos el cansancio por las dificultades de la vida personal, matrimonial, profesional. Este cansancio nos afecta en toda su complejidad, también espiritualmente porque a veces no sentimos cerca a Dios. Hoy centramos nuestra atención en la Eucaristía, misterio de la divina condescendencia: Cristo entregó su vida para salvarnos, se hizo el último para servir a todos, sintió compasión de la gente, la instruyo y curó a los que lo necesitaban. “El, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente”. No se desentiende de la gente. Nosotros con frecuencia buscamos pretextos para dar rodeos. El Maestro les dice a sus discípulos: “Dadles vosotros de comer”, mientras ellos comentaban que con cinco panes y dos peces no podían alimentar a tantas personas. Lo razonable cuando se trata de ayudar a los demás, mata la grandeza del hombre. Jesús les pide que vayan más allá de la pura lógica humana. También hoy el milagro es multiplicar nuestra solidaridad y avivar nuestra fraternidad. La multiplicación de los panes y los peces es signo de misericordia con los hambrientos y símbolo anticipado de la Eucaristía.

El relato “esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros” refleja la inagotable plenitud del don del amor divino, fuente que nunca se agota. Por eso Jesús añadirá: “Haced esto en memoria mía”. Participar en la Eucaristía, alianza nueva de amor y de amistad de Dios con su pueblo, comporta estar dispuestos a entregar la vida por los demás, recordando que “el que quiera guardar su vida, la pierde, y el que pierda su vida por los demás, la gana”. Escribe san Pablo: “Es una contradicción inaceptable comer indignamente el Cuerpo de Cristo desde la división o la discriminación”. Participar en la Eucaristía implica cumplir el mandamiento del amor que nos lleva a un estilo de vida paciente, generoso y comprensivo.

Hemos de reforzar los lazos de la comunión y trabajar por el bien común para vernos liberados de los males externos e internos que nos aquejan como la inmoralidad, el egoísmo y la insolidaridad. No es cristiano decir: “sálvese quien pueda”. Estamos llamados a ser testimonio vivo de que el amor verdadero, gratuito, y universal es posible en nuestra vida. “La Eucaristía impulsa a todo el que cree en Cristo a hacerse pan partido para los demás y, por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno[1]. “Tenerlo casi todo y sentirse vacío es una enfermedad terrible”. Repartamos también el pan de nuestra fe, esperanza y caridad como hijos de Dios.

Escribe San Xustino que ningún cristián se achegaba a Eucaristía sen algo que ofrecer. O que comparte o pan da Eucaristía, debe partir o pan de cada día. É o Día da Caridade. “A práctica do amor coma norma universal de vida é esencial para cada cristián e para a Igrexa enteira. Non seriamos discípulos de Xesús, nin a Igrexa podería presentarse coma a súa Igrexa, se non recoñecéramos no servizo da caridade a norma suprema da nosa vida. O amor é o único que pode facernos testemuñas da verdade e da bondade de Deus no noso mundo. Se vivimos alimentados do amor que Deus nos ten, seremos tamén capaces de amar e servir ós nosos irmáns necesitados con ledicia e sinxeleza”.

Deamos culto a Cristo Eucaristía, asistindo e participando na Santa Misa cada domingo e sempre que poidamos. Visitemos e adoremos a Cristo Eucaristía, agradecendo, e amando. En torno a este altar que se fai hoxe corazón de toda a cidade, manifestamos a devoción eucarística. “Ao contemplar en adoración a Hostia consagrada, atopámonos coa grandeza do seu don”. “Na procesión, seguimos este sinal e deste xeito seguímoslle a El mesmo. E pedímoslle: ¡guíanos polos camiños da nosa historia entre tantos interrogantes!” ¡Bendito e louvado sexa o santísimo Sacramento do Altar, sexa por sempre bendito e louvado! Amén.

[1] BENEDICTO XVI, Sacramentum caritatis, 88.