Homilía de mons. Julián Barrio en la ordenación de tres nuevos sacerdotes

Mi saludo y felicitación cordial a vosotros, queridos ordenandos, a vuestras familias, a vuestros amigos y conocidos. Mi gratitud al Sr. Rector, Formadores, Profesores, Sacerdotes, Miembros de Vida Consagrada y Laicos que os han acompañado con el testimonio de su fe, con la ciencia de sus conocimientos y con la bondad de su virtud.

Esta tarde, reunidos en oración, recibirán estos hermanos nuestros el don del sacerdocio. El Señor a los que envía, les indica que han de realizar la misión con humildad, espíritu de pobreza, actitud pacífica y aceptación de las persecuciones. Sus vidas han de ser sobrias y han de estar siempre disponibles para la tarea fundamental que es anunciar su Reino y desear la paz. Han de llevar lo imprescindible donde no está prevista la tarjeta de crédito. Se les llama a proclamar: “está cerca de vosotros el Reino de Dios”. Jesús les advierte que en algunas partes serán bien recibidos: les escucharán con agrado, abrirán el corazón al mensaje, les hospedarán en sus casas, les apoyarán y animarán. En otras encontrarán dificultades. Habrá días que sentirán el desánimo, el cansancio, la crítica, y los chismes. Pero Él les marcará con sus estigmas, como hizo con Pablo de Tarso y no les promete que les vaya a resultar fácil el testimonio de vida cristiana. Es un mensaje actual para nosotros, viendo que la mies es mucha y la cultura de la indiferencia y el descarte se extiende.

En medio de todo, escuchamos estas palabras alentadoras: “Como un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo”. “La Iglesia es la madre que nos alimenta y no tiene otro consuelo para sus hijos que el que le ha sido dado por Cristo: en la cruz el amor de Dios se ha convertido en algo tangible para el mundo; sólo a partir de ella puede hacerse derivar hacia la Iglesia y a través de ella al mundo, la paz como un torrente en crecida”. La cruz es el signo de nuestro seguimiento estricto, conscientes de la distancia que nos separa del Señor. Se nos envía como corderos en medio de lobos. Jesús puede decir esto porque él mismo estaba viviendo esta experiencia. Vino indefenso a nosotros. Su única arma era la misión confiada. A los que tienen que anunciar su mensaje les dice que no deben alegrarse por el éxito o entristecerse por el fracaso; el éxito no está incluido en la misión; el verdadero éxito se encuentra únicamente en el Señor que envía. Esta certeza debe ser suficiente.

Queridos candidatos, tended siempre hacia la santidad que “es el rostro más bello de la Iglesia”. La finura espiritual evitará que os convirtáis en burócratas de la pastoral. “Estáis expuestos al zapping pero sed capaces de discernir para afirmar vuestras decisiones”. El sacerdote no se pertenece a sí mismo, no vive para sí mismo y no busca lo que es suyo sino lo que atañe a Cristo. El ministerio sacerdotal no es un oficio u una obligación, sino un Don, acogido con temor confiado y humildad serena, sin miedo ni cobardías. Es necesario rezar sin cansarse y cuidar con audacia la vida espiritual. “El sacerdote jamás podrá sentirse satisfecho, nos dice el Papa. Ser sacerdote es jugarse la vida por el Señor y por los hermanos, llevando en carne propia la alegría y las angustias del Pueblo, invirtiendo el tiempo en escuchar para sanar las heridas de los demás, ofreciendo a todos la ternura del Padre”. “Con el fin de poder ser sacerdote a favor de los otros, hay que ser antes cristiano con el resto de los cristianos; y como Juan recostado en el pecho de Jesús, aprender en la amistad con Cristo a ser amigos de Dios y de los hombres. Esta unión amistosa y la comunión con todos los cristianos, libran al sacerdote de un aislamiento antinatural y de una soledad insoportable, lo arraigan en la comunidad como gran familia y lo enriquecen con la variedad de dones que encontrará en la comunidad misma”[1].

O celo apostólico apaixonado ten que arder dentro do pastor verdadeiro, acompañando ós fieis nos momentos fáciles e difíciles, dicindo non cando teñades que dicilo sen deixarvos levar por un buenismo que fai mal, e non responde ao bo criterio pastoral. Non despracedes a oración calada e silenciosa polo ruidoso celo de que hai moitas cousas que facer. Non deixa de ser un celo baleiro porque perdeu o seu empuxe interior. Esta conciencia axudaranos a descubrir que a graza recibida é “unha superabundancia de misericordia pois Cristo chámanos ao sacerdocio, aínda sabendo que somos pecadores. Non foron nin os nosos méritos, nin o noso esforzo, nin os nosos acertos, o que xustifican ou explican a doazón da graza do ministerio sacerdotal”.

Queridos laicos e membros de Vida consagrada, “sabede agradecer a Deus, e sobre todo estade próximos aos vosos sacerdotes coa oración e co apoio, especialmente nas dificultades, para que sexan cada vez máis Pastores segundo o corazón de Deus”. Co patrocinio do apóstolo Santiago e a intercesión de Nosa Nai María, encoméndovos a vós e ao voso ministerio, pedindo que o Señor vos axude a servir á Igrexa que traballa no mundo para a salvación da humanidade. Amén.

 

[1] W. KASPER, El sacerdote, servidor de la alegría, Salamanca 2008.