Intervención de mons. Barrio en Cope: 11 de octubre de 2019

Celebraremos mañana la festividad de la Virgen del Pilar, una fecha muy señalada para la Archidiócesis de Zaragoza, con la que nos unen especiales lazos de fraternidad. Allí en las orillas del Ebro, según la tradición, el Apóstol Santiago recibió su presencia alentadora para seguir evangelizando en medio de las dificultades, desilusionado por la aparente falta de éxito en su misión por las viejas tierras hispanas.

La tradición siempre nos muestra un fondo de actualidad y nos presenta un mensaje útil para nuestros días, más allá de la plena historicidad de los relatos. Que la Virgen se apareciera a Santiago sobre un pilar, nos enseña la fortaleza que tiene siempre la verdad y la belleza del Evangelio: roca firme sobre la que se asienta la misión, superando nuestras propias limitaciones y deficiencias. Predicamos a Cristo resucitado y no a nosotros mismos. El impulso que María concede a la tarea de nuestro Apóstol nos hace actuales aquellas hermosas palabras suyas en Caná de Galilea, cuando, remitiéndoles a su Hijo,  les dice a los servidores del banquete de bodas “haced lo que Él os diga”.

La devoción a María no es algo trasnochado. Ella, la llena de gracia, es de hoy porque es de siempre. Su preocupación por cada uno de sus hijos no es una entelequia sino la proyección hacia nosotros de su “hágase en mí según tu Palabra” para ser madre de Dios, origen de su desvelo por cada hombre y cada mujer de todo tiempo y lugar.

Es hermoso saber que el culto y la rica tradición literaria sobre María que se mostró en nuestra literatura, desde Berceo a Alfonso X el Sabio, desde Zorrilla a Pemán, también se hicieron devoción y cultura marianas en las tierras hermanas de América. Es el día de la Hispanidad como comunidad de fe y de tradiciones que bien merece la pena cuidar, pese a los revisionismos que indican que a veces la cizaña crece junto al trigo.

María es contemporánea nuestra. Acojámonos a Ella, manifestándole nuestro amor filial, con el rezo del Ángelus y del Rosario, y dejándonos llevar por Ella a Cristo. Como Madre nuestra, nos sigue acompañando como lo hizo con el Apóstol Santiago.