Intervención de mons. Barrio en el II Encuentro Diocesano de Movimientos y Asociaciones Laicales

Me alegra tener la ocasión de saludarles en este encuentro que tiene como objetivo el ofrecer las claves del acompañamiento en el itinerario hacia la celebración del Congreso de Laicos en el próximo año. Partimos del convencimiento de que no se debe poner en paréntesis el propio Bautismo, de construir toda la vida en Cristo y de vivir la propia existencia como vocación en medio del mundo en el que muchos creyentes sienten la tentación de alejarse de la Iglesia, se dejan contagiar por la indiferencia o aceptan componendas con la cultura dominante.

La doctrina conciliar sobre el Laicado se ha ido asumiendo en las comunidades cristianas, pero queda mucho camino que recorrer todavía. Para no ser marginales en el mundo hay que volver a lo que es esencial de nuestro ser cristiano. “Necesitamos una revolución de la fe en muchos sentidos. En primer lugar la  necesitamos para encontrar el valor de ir contra las opiniones comunes. Para esto hemos de tener el valor de ponernos en camino incluso contra lo que viene visto como normal para el hombre de nuestro tiempo, y de volver a descubrir la fe en la sencillez” (Ratzinger).

Los prejuicios anticristianos son el pórtico del secularismo. No nos es ajeno el proceso de despersonalización  que hace más difícil relacionarse con los demás. Es necesario proclamar la gloria del hombre y advertir de las amenazas a su dignidad. Necesitamos abrirnos a la trascendencia y a la fraternidad, al Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero, “velar por Dios y velar por el hombre, desde la comprensión que de ambos se nos ofrece en Jesucristo”[1]. Hoy “el atractivo de un  futuro luminoso se consuma en el atractivo del vacío”. Al cristiano se le tolera si transige con la cultura y la ideología dominante. En una sociedad necesitada de Dios y de humanidad verdadera, el hombre “debe volver a poner su mirada en el mundo, como por primera vez y leer sus formas y relaciones. Debe -no sólo pensar, no sólo afirmar, sino ver con los ojos- que el mundo no es sólo naturaleza, sino obra de Dios, no una totalidad saciada en si misma, sino palabra que habla de lo auténtico, y que el hombre no está encarcelado en él, sino que puede salir a la libertad”[2].

“Nuevas situaciones tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción de los fieles laicos. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso”[3]. Decía san Agustín: “No importa lo que tengas. Lo importante es que estés preparado para dar todo”. Hay que ser para poder hacer, pues no se trata de hacer por hacer. “Es la hora de las almas que han comprendido que ser cristiano es una fortuna, pero también puede constituirse en un gran peso, peligro y deber”. Esta afirmación es coherente con el convencimiento de que el “apostolado de los laicos, que surge de su misma vocación cristiana, no puede faltar nunca a la Iglesia. Nuestro tiempo no exige menos celo de los laicos. Al contrario, las circunstancias actuales piden un apostolado mucho más intenso y amplio” (AA 1). Hay que hacer audible el Evangelio. En la Iglesia española ha aumentado la conciencia de que el laico tiene una misión eclesial por derecho propio y como consecuencia de su pertenencia a una Iglesia toda ella misionera. Un día descubriremos que vale más la compañía con que sostenemos a otros que aquella actitud con la que mendigamos que nos sostengan. En todo este itinerario es imprescindible y urgente la formación, objetivo prioritario de la tarea pastoral de la Iglesia, entendiéndolo como “un proceso continuado de desarrollo integral, armónico y unitario. En él deben confluir la dimensión afectiva, cognoscitiva, práctica y ética de la persona[4]. El Espíritu de Dios está actuando fuertemente en su Iglesia poniéndose de relieve lo que se ha denominado “circularidad de la comunión” en una Iglesia comunión misionera[5].

Formación para una nueva evangelización

“Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todas las personas y ambientes de la humanidad y con su influjo transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad… Pero la verdad es que no hay humanidad nueva, si no hay en primer lugar hombres nuevos, con la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio. La finalidad de la evangelización es por consiguiente, este cambio interior y si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos”[6]. Es en la historia “en donde todas las realidades creadas comienzan a ser transformadas por la fuerza del Evangelio. Así “la formación deberá estar al servicio de la creación de militantes cristianos en actitud de conversión y de corresponsabilidad en la renovación de la Iglesia. Militantes capaces de conocer la Iglesia tal como es ella, de comprenderla, de quererla, de identificarse vitalmente con ella, para que cada día sea más signo y presencia de Dios Trinidad en muestro mundo[7]. Hay que anunciar la novedad de Cristo, en esta sociedad en la que los miembros de las asociaciones de apostolado laical han de “personalizar la fe y vivirla evangélicamente, seguir un proceso de formación permanente, celebrar comunitariamente la fe, encontrar el ámbito eclesial de discernimiento comunitario, asumir las responsabilidades personales y ser fieles a los compromisos adquiridos en la comunidad eclesial y en la vida pública, constituir el sujeto social necesario para una presencia pública significativa y eficaz”[8].

Características de esta formación

El proyecto formativo ha de considerar de manera especial la realidad de la Iglesia, esencialmente comunión misionera. Como todo proceso de comunión es a veces sufriente, pero siempre es rico y fecundo. Han de estar muy presentes los elementos que ayuden a vivir la unidad interior entre fe y vida: a fin de que el anuncio explícito de Cristo vaya unido al testimonio, la evangelización a la promoción humana, el servicio a la profecía, la acción misionera a la oración contemplativa; un testimonio de unidad con rostro eclesial, es decir con la unidad interna.

En el itinerario formativo se ha de buscar el objetivo de construir “comunidades eclesiales maduras[9]; comunidades de fe confesada en la adhesión a la Palabra de Dios, celebrada en los sacramentos y vivida en la caridad como alma de la existencia moral cristiana[10]. Por otra parte no puede olvidarse que el laico cristiano ha de crecer interiormente en el itinerario progresivo de santidad. “Hoy el mundo necesita el paso de los santos”. Santos de lo cotidiano (Pablo VI). Es la noche oscura no sólo del sentido, sino también del espíritu. Esto exige una formación íntegra, sistemática, integradora; una formación liberadora en la que entra de lleno la espiritualidad, el cuidado de la fe personal y de la oración contemplativa y comunitaria que ha de tener un lugar preeminente. Una formación para la comunión, para la Iglesia y no para cotos cerrados; una formación para romper competitividades, favoreciendo un crecimiento orgánico de todo el cuerpo: ningún miembro crece adecuadamente si no crecen los otros miembros del cuerpo a la vez, para la comunión con Dios y entre nosotros. Una formación para la misión: evangelizar en la calle con una vida coherente, en el diálogo, en la escuela, con el servicio, con la verdad, con experiencia de Dios.

Es necesario acompañar la presencia y el compromiso de los laicos en la Iglesia. “Estamos llamados a edificar nuestro presente y a proyectar nuestro futuro desde la verdad auténtica del hombre, desde la libertad que respeta esa verdad y nunca la hiere, y desde la justicia para todos, comenzando por los más pobres y desvalidos”, material, moral, social, religiosa y espiritualmente, porque todas estas necesidades son exigencias genuinas del único hombre y sólo así se trabaja eficaz, íntegra y fecundamente por su bien. El cristianismo es aquella memoria de la mirada del amor del Señor sobre el hombre, en el que son custodiadas la plena verdad y la garantía última de su dignidad.

Hay que pasar del laico consumidor de actividades eclesiásticas a un laicado cooperador en la misión evangelizadora de la Iglesia en toda su plenitud. Esta nueva consideración del laicado nos introduce en un tema fundamental: hasta qué punto esto se traduce en una forma de hacer en la que los laicos también asumen su responsabilidad evangelizadora, evitando el peligro del clericalismo que lleva a la funcionalización del laicado y a la desvalorización de la gracia bautismal. Esto nos lleva a preguntarnos qué lugar ocupa el apostolado seglar en nuestra iglesia diocesana, cómo llevar adelante e impulsar la acción de los laicos en aquellas experiencias fundamentales  como son la familia, la educación, el mundo del trabajo, la presencia en la vida pública. Es la hora del discernimiento que nos lleva a preguntar qué nos pide el Señor, qué caminos seguir para hacerle presente en medio del mundo. El evangelio no lo podemos predicar sin tener en cuenta las heridas de las personas. Todo ello nos invita al diálogo, teniendo en cuenta el bautismo, la implicación de todo el pueblo de Dios en la misión, en la Iglesia y en el mundo, la triple función sacerdotal, profética y regia del Señor Jesús, y sabiendo que lo propio y peculiar de los laicos es su carácter secular.

[1] BENEDICTO XVI, Homilía en la plaza del Obradoiro.

[2] R. GUARDINI, El santo en nuestro mundo, Madrid 1960, 22.

[3] Christifideles Laici, 3.

[4] P. DELGADO PERDOMO, La misión del seglar en el mundo. Perfil diseñado por el Magisterio de la Conferencia Episcopal Española, Zamora 2004,  588.

[5] Christifideles Laici, 3.

[6] Cf. Evangelii nuntiandi, 18.

[7] La formación en la Acción Católica, Madrid 2000, 27.

[8] Ibid., 97.

[9] Christifideles laici, 34.

[10] Cf. Ibid., 33.